Foto de internet – Montonera de grava
Más allá de lo que me gustase ver cómo se fabricaba el hormigón y el mortero con estos mismos materiales, los materiales en sí eran motivo de interés para mis sentidos infantiles.
Los montones de grava eran más atractivos cuanto más blancos resultasen y más tentadores cuanto más se acercase la noche.
Foto de internet – Piedras de cuarzo
Pero no toda la grava valía, la había que tenía aristas muy vivas y un aspecto granulado con pintas blancas, grises y negras (hoy aseguraría que era granito). Esa nos interesaba poco, pero la había con una tonalidad entre blanca y amarillenta, muy redondeada. Esa era la que nos tentaba. Cogíamos piedras del montón y las arrojábamos contra él y “saltaban chispas”, literalmente, que veíamos si la luz del día era poca o ninguna.
A mayores de que nos gustase ver los destellos que producían luego nuestras narices se impregnaban de un intenso olor a quemado si acercábamos a la cara las piedras que también raspábamos una contra otra como si fuésemos auténticos neandertales. (Las imágenes que he encontrado en internet me confirman por aspecto y forma de rotura que realmente eran cuarzo las piedras que chispeaban).
Foto de internet – Piedras de cuarzo partidas
La arena era motivo de mil juegos y mi brazo se enterraba en ella sin parar haciendo cavidades (cuevas, hoyos…), vamos lo que te ofrece una playa pero en seco. Pero había otra cosa que me fascinaba de alguno de esos montones de arena (cuando ésta no era tan fina) y era la suavidad de algunas “lascas”. Supongo que en ese caso era arena de playa y, además de ser de playa, de zona batida por las olas. A los fragmentos difícilmente se le podían llamar granos porque eran más bien aplanados y largos que redondeados. Las yemas de mis dedos se regodeaban una y otra vez en palparlos y frotarlos. Y me los llevaba sin mermar el montón pues no sería sino la mil millonésima parte del mismo.
Foto de internet – Montón de arena
Con la arena había una labor de los operarios que me gustaba contemplar: su tamizado. Si mal no recuerdo el cedazo se ponía inclinado apoyado contra algo y un obrero se encargaba de lanzar paladas contra él de manera que los granos más finos pasasen al otro lado y los más gruesos se quedasen del suyo hasta obtener la montonera de arena fina que necesitaba.